En diferentes contextos, ya sean personales o profesionales, he vivido
situaciones en las que de forma frecuente, ante un problema determinado, los
seres humanos buscamos la forma de eludir nuestra responsabilidad frente a ese
problema. Ocurre a veces que ante determinado problema nos justificamos frente
al resto de personas e incluso frente a nosotros mismos de manera que nos
esforzamos en deshacernos de nuestra posible responsabilidad ante un hecho
concreto buscando el consuelo en culpar a otros o a factores externos de la
aparición de dicho problema. A continuación os expongo varios ejemplos generalizados
para concretar un poco más mi discurso.
Comienzo con el ámbito profesional donde es posible que esto ocurra con
cierta frecuencia. Ocurre a veces que se genera un problema importante y de
repente se desencadenan una serie de acciones bajo las cuales parece que la
premisa principal es buscar quién ha sido el culpable de dicho problema. Bajo
esa premisa cada uno busca los argumentos por los que ha actuado de un modo
determinado que obviamente considera correcto y aún con más detenimiento se
busca la culpabilidad en otro que si además es de un departamento diferente al
propio mucho mejor. De este modo, se utilizan muchos esfuerzos en justificar el
trabajo de uno y ver el fallo en el trabajo de otros. En estas situaciones
desde mi punto de vista se me genera una cuestión ¿no sería más práctico y
productivo buscar el modo de solucionar dicho problema aunando esfuerzos antes
de emplear tanta energía en buscar culpables? A veces cuando se genera un
problema nos damos cuenta que hemos actuado de un modo determinado pensando que
era la forma correcta pero si las consecuencias no han sido positivas quizás
simplemente se trata de reconducir la situación y aprender de ello para futuras
ocasiones. Quizás no sea siempre especialmente sencillo pero en algunas
ocasiones creo que sí es posible al menos.
En el ámbito de una relación de pareja, cuando existe algún conflicto, de
repente nos encontramos argumentando excusas que eludan nuestra responsabilidad
en dicho conflicto culpando al otro por una u otra razón lo cual normalmente no
ayuda a solucionar el problema sino más bien a agravarlo y convertirlo en un
punto de partida para sembrar una semilla que, a la larga, puede minar la
relación. Si nos encontramos ante el caso en el cual la relación se ha roto
creo que aún es más fácil caer en la tentación de buscar la culpabilidad en el
otro incluso con ejemplos concretos bajo los cuales sentenciar a esa persona
como única culpable de esa ruptura. En mi opinión, en el caso de una pareja es
más que evidente que cuando funciona es porque ambos apuestan por ello y si la
relación finalmente se rompe igualmente la responsabilidad es compartida. Por esta
razón me parece mucho más productivo identificar esa parte de responsabilidad
en uno mismo, qué hice, qué no hice, qué pude hacer y por qué no lo hice… de
manera que si nos encontramos en otra relación llevemos esos aprendizajes en
nuestro “equipaje emocional” y puedan aportarnos algo positivo en el futuro.
En esa misma línea nos puede ocurrir con relaciones de amistad o en las
familias. A veces existen conflictos, distanciamientos,… y es muy probable que
caigamos en la tentación de buscar la culpabilidad de estos hechos en el otro
antes de valorar si nosotros mismos podemos hacer algo por solucionar la
situación o evitar que se repita.
Con todo esto no quiero decir que ante cualquier problema o conflicto nos
culpemos de todo lo que ocurre y pensemos que somos nosotros quienes hemos
provocado esa situación porque tampoco sería justo. A lo que me refiero es que
a veces tengo la sensación que empleamos mucha energía, esfuerzos y recursos en
culpar a otros frente a una situación adversa. Después de todo ese esfuerzo
empleado quizás el resultado final sea que tenemos argumentos suficientes para
juzgar efectivamente como culpables a otros. Pero, incluso una vez llegado a la
conclusión que nosotros no hemos tenido nada que ver en el problema ¿eso es
realmente útil? Pongámonos en la situación: el culpable en el trabajo de un
problema determinado es otro departamento diferente al nuestro, nuestra relación
de pareja se ha roto por actos de esa pareja que ha dejado de serlo, una amistad
se ha distanciado por culpa de ese amigo con el que ya no cuento… ¿y ahora qué?
¿nos parece suficiente quedarnos con ese consuelo de no ser los culpables
porque son otros los que han actuado mal? Es posible que actúe de consuelo pero
en mi opinión no es útil e incluso, de algún modo, nos estamos engañando a nosotros
mismos haciéndonos un flaco favor eludiendo nuestra propia responsabilidad.
Mi reflexión es que además de valorar nuestra propia responsabilidad ante
un problema determinado también debemos valorar factores externos que a veces
nos incitan a actuar de un modo u otro (no es cuestión tanto de justificar
nuestros actos sino de ponerlos en contexto). De este modo en muchas ocasiones
nos podemos encontrar con que la responsabilidad es compartida por todas las
partes y que siempre será más productivo mirarnos un poco el ombligo, analizar
nuestros actos, las palabras que dijimos, el contexto en el que actuamos… de
este modo podremos darnos una respuesta sincera a nosotros mismos sobre cuál ha
podido ser nuestra parte de responsabilidad, qué opciones tengo para solucionar
ese problema o, al menos, cómo puedo intentar que no se repita en el futuro.
Que paséis una feliz semana!
No hay comentarios:
Publicar un comentario