Reconozco que siempre he sido soñadora,
habitualmente sueño despierta, me encierro en una burbuja creada por mí misma y
recreo mundos en los que me gustaría vivir. Si bien es cierto que ese espíritu
soñador lo mantengo actualmente también soy consciente que según avanzo en mi
vida esos sueños, esos mundos, son más realistas y coherentes con los aspectos
que quiero mejorar de la realidad que me rodea. Es por esto que la ilusión es
una constante en mi vida.
Una característica asombrosa del ser humano es que, de
manera general, tiene la capacidad de distorsionar la realidad en positivo
confiando en un futuro mejor que el presente y tendiendo a seleccionar en
nuestra memoria los aspectos más positivos que hayamos vivido.
Las personas nos ilusionamos con las cosas que nos
ocurren y con las que deseamos que se hagan realidad y mantener viva la ilusión
es una herramienta fundamental para obtener bienestar en nuestro día a día.
Desde mi punto de vista lo más importante es que esa ilusión no sea un conjunto
de fantasías inalcanzables sino que se alimente de objetivos y propósitos acordes con nuestros
deseos pero sin perder cierto contacto con la realidad. De este modo la ilusión
se convierte en la esperanza de que aquello que deseamos termine sucediendo y
actúa como motor para ayudarnos a luchar y esforzarnos por aquello que queremos
lograr.
Estas ilusiones positivas se refieren a tres
aspectos de la vida:
·
Valoraciones
positivas sobre uno mismo,
pensar en nuestras capacidades como óptimas para hacer posible nuestros sueños.
·
Creencias
sobre el grado de control del entorno, es decir, confiar en poder manejar las condiciones
ambientales que nos rodean en nuestro beneficio.
·
Expectativas
sobre el futuro,
esperar que lo que está por venir alberga experiencias positivas.
Con este repertorio nos impulsamos a perseverar en
situaciones difíciles, no rendirnos, superar frustraciones, generar energía y
entusiasmo para lograr aquello que nos hace más felices. En este punto no nos
olvidemos de disfrutar de ese camino que nos aporta a veces sabores amargos
pero también vivencias positivas que nos hacen crecer y evolucionar, lo cual
siempre es una gran fuente de bienestar.
Cuando perdemos la capacidad de ilusionarnos
generamos problemas de adaptación y tenemos más probabilidad de entrar en
cuadros depresivos ya que perder la ilusión implica perder ganas de hacer
cosas, afrontar nuevos retos y de alguna manera perdemos las ganas de vivir. Mi
vivencia personal a este respecto es que cuando me he encontrado en este tipo de
situación me he sentido apática, con menos energía, sin ganas de afrontar
nuevos retos… al fin y al cabo, me he sentido desilusionada. Para mí ha sido
importante primero ser consciente de cómo me sentía, a veces entramos en una
inercia de “sobrevivir” el día a día que no nos deja darnos cuenta de esa falta
de ilusión. Una vez que he sido consciente de ello la segunda parte es detectar
cuál es el foco de esa desilusión y finalmente entrar en un proceso de
transformación, de encontrar nuevos propósitos que me ilusionen. Todo esto a
veces es un proceso más largo y otras veces menos pero siempre es un tiempo de
catarsis y nunca es fácil. A partir de ahí entra la acción, dar pequeños o
grandes cambios, enfocar y reorientar propósitos y objetivos y lo más
importante… mantener el rumbo sin dejar de actuar. De este modo las ilusiones,
los sueños y los objetivos se van convirtiendo en una realidad.
El comienzo de un nuevo año es un buen momento para
renovar ilusiones y marcarse nuevos objetivos pero que no se queden solo en
buenos propósitos… hay que trabajar para conseguirlo! Así que te invito a
soñar, a detectar aquello que menos te gusta de tu vida y evaluar de forma
realista cómo puedes cambiarlo para, efectivamente, renovar ilusiones y tener
energía suficiente para no dejar que los obstáculos que te encuentres hagan que
dejes de buscar mejorar tu vida.
Que paséis una feliz semana!
No hay comentarios:
Publicar un comentario