domingo, 24 de enero de 2016

A la deriva

En otras ocasiones he escrito sobre la importancia de marcarnos objetivos, de tener un lugar al que llegar y en función de ello ponernos pequeñas metas que nos dirijan a ese lugar manteniendo el paso firme, con ilusión y optimismo. Además he argumentado que el simple hecho de saber a dónde vamos es un motor importante de motivación que nos hace superar los momentos amargos que podamos encontrar en el camino.

En general tenemos objetivos a lo largo de nuestra vida, a veces impuestos por nosotros mismos, otras veces porque parece que “es lo que debo hacer” pero es al fin y al cabo un modo de seguir día a día poniendo lo mejor de nosotros mismos para llegar a un destino concreto. Recuerdo cuando empecé a estudiar la carrera de Psicología que tenía muy claro mi objetivo, finalizar los cinco años de la misma y adquirir conocimientos para hacer de ello después una profesión. Una vez que iba llegando el final me daba cuenta que tenía otro objetivo y era especializarme en algo más concreto, haciendo prácticas, estudiando un posgrado,… Del mismo modo ocurre con las relaciones personales, empiezas una relación con una persona con la cual tienes afinidad, te vas conociendo y vas afianzando la relación, en este caso con objetivos compartidos que te van llevando a dar pasos hacia delante. A veces los objetivos de esa pareja son opuestos y se rompe ese vínculo pero, si se mantienen esos objetivos conjuntos, siempre hay pasos a dar en pareja. Como esto se os ocurrirán muchos ejemplos de objetivos que nos van marcando los actos que llevemos a cabo día a día.

Pero ¿qué ocurre si llegamos a un punto en el que eres consciente que no tienes un lugar claro al que pretendes llegar en un momento dado? La sensación que te invade es de “estar a la deriva”, de repente no ves un horizonte más allá de tu día a día, tienes la sensación de estar en un cruce de caminos pero rodeado de una espesa niebla que no te permite ver hacia dónde poder dirigir tus pasos. En un primer momento la sensación es negativa, de incertidumbre, te invade cierto miedo y vértigo. Estás habituado a saber hacia dónde quieres ir, lo que quieres conseguir, a tener cierto control sobre las circunstancias que te rodean y sin embargo, en ese momento, todo es difuso. Es entonces cuando respiras, asumes tuya esa nueva situación que hasta el momento te resultaba ajena y despiertas de un pequeño letargo que te hace ver efectivamente que vas sin rumbo, dejándote llevar por todo lo que te rodea. Cuestionas cada una de las cosas que te suceden, te deshaces de ciertos “fantasmas” que te encadenan y tomas esa situación como una etapa más en tu vida que te va a llevar a experimentar nuevas situaciones o vivencias tanto positivas como negativas.

Mi reflexión positiva de este momento concreto es que puedes disfrutar de una sensación de libertad, de dejarte sorprender cada día por lo que te va sucediendo, sin pensar o analizar hacia dónde se van a dirigir tus pasos. Existen momentos de soledad que a veces son difíciles pero otras son una oportunidad de descubrirte. Te planteas que lo importante es disfrutar y saborear cada instante y que ese tiempo a la deriva puede ser clave para dejar que entren cosas en tu vida a las que en otra época no les habrías abierto la puerta. Tomas ese tiempo para pensar qué te hace feliz y qué cosas impiden que estés bien para poder tomar la decisión de realmente qué vas a hacer en adelante para que tu vida sea la que realmente quieres vivir.

Como para mí la música muchas veces describe los estados de ánimo mejor que mis propias palabras os dejo esta canción de un grupo que no escucho habitualmente pero es el favorito de mi amiga María y gracias a eso he vivido momentos maravillosos con ella. (La deriva – Vetusta Morla). 





Que paséis una feliz semana!

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