domingo, 31 de enero de 2016

Escoge tu actitud

Hace poco me preguntaron algo así como que si la actitud positiva me surge de forma espontánea o si me supone un esfuerzo buscar el modo de ver, de algún modo, el lado bueno de las cosas. Mi respuesta fue que, en general, creo que me surge más fácilmente mantener una actitud positiva que negativa en los diferentes aspectos de mi existencia. Mi razonamiento a esta respuesta era fundamentalmente que una gran ayuda es que considero que mi vida no ha supuesto grandes tragedias o problemas irremediables pero es cierto que he pasado por ciertas circunstancias negativas de las cuales he podido aprender y seguir adelante transformándome y fortaleciéndome, o al menos así lo he percibido.

Partiendo de esto, pienso en qué tiene que ocurrir para hacer frente a las circunstancias negativas de manera que no supongan un obstáculo funesto sino una situación más que superar y, si es posible, hacerlo de manera que se convierta en una oportunidad de cambio a mejor. El crecimiento después de un acontecimiento negativo implica ser capaz de encontrar elementos positivos del proceso de superación una vez finalizado dicho acontecimiento, es decir, el beneficio no surge del hecho negativo; el beneficio surge del proceso de cambio que promueve dicho acontecimiento. Algunos especialistas en temas de resiliencia como Calhoun y Tedeschi señalan que después de vivir una experiencia negativa, en mayor o menor medida, se pueden dar al menos tres tipos de cambio que generan crecimiento personal:


  • Cambios en uno mismo: la tendencia es que nos sintamos más fuertes y capaces de enfrentarnos a posibles circunstancias negativas futuras, al fin y al cabo, en estas situaciones nos vemos superando nuestros propios límites que en otras circunstancias no llegamos a enfrentarnos. En mi caso lo he vivido de este modo, en las circunstancias más difíciles he afrontado miedos y lo que creía eran limitaciones de mí misma que desconocía fuera capaz de sacar adelante.
  • Cambios en las relaciones interpersonales: puede ocurrir que se afiancen relaciones así como que se distancien. Mi experiencia en este sentido siempre ha sido positiva ya que la respuesta de mi entorno personal ha sido de apoyo y de tenderme la mano que necesitaba para no hundirme así como ese hombro que en algún momento de derrumbe emocional me ha aportado fortaleza para afrontar lo que me viniera.
  • Cambios en la filosofía de vida: en muchos casos no solo nos cambia el modo de ver la vida, sino también nos ayuda a modificar nuestras prioridades y la escala de valores que rigen nuestra conducta. Con este aspecto no puedo estar más de acuerdo, a lo largo de la vida cambian nuestras prioridades pero es cierto que tras un hecho negativo es más frecuente que modifiquemos aspectos tan importantes como qué es lo que es más prioritario y donde queremos poner el foco de nuestra vida.


Visto de este modo parece que no es tan malo pasar por experiencias negativas. Bueno, tampoco es cuestión de ir buscando problemas pero sí es positivo pensar que el haber tenido vivencias adversas nos ha aportado una fortaleza tal que podemos minimizar el sentimiento de miedo hacia posibles circunstancias menos buenas de nuestro futuro. El miedo es un mecanismo de defensa y de adaptación al que no debemos renunciar pero al que tampoco debemos dejar que impere en nuestro comportamiento paralizándonos.

Por esto tengo muchas razones para mantener una actitud positiva porque mi perspectiva es de disfrutar las vivencias buenas que sé que me esperan y que yo misma puedo generar, además cuento con la suficiente fortaleza como para enfrentarme a aquello que me impide ser feliz y mejorarlo para convertirlo en una oportunidad de crecimiento personal. 

Así que elige cuál es tu actitud ante la vida sabiendo que es algo que tú mismo puedes manipular y sobre lo que puedes decidir y hacerte responsable. Considero que es muy positivo ser conscientes que sentirnos bien depende de nosotros mismos.


Que paséis una feliz semana!

domingo, 24 de enero de 2016

A la deriva

En otras ocasiones he escrito sobre la importancia de marcarnos objetivos, de tener un lugar al que llegar y en función de ello ponernos pequeñas metas que nos dirijan a ese lugar manteniendo el paso firme, con ilusión y optimismo. Además he argumentado que el simple hecho de saber a dónde vamos es un motor importante de motivación que nos hace superar los momentos amargos que podamos encontrar en el camino.

En general tenemos objetivos a lo largo de nuestra vida, a veces impuestos por nosotros mismos, otras veces porque parece que “es lo que debo hacer” pero es al fin y al cabo un modo de seguir día a día poniendo lo mejor de nosotros mismos para llegar a un destino concreto. Recuerdo cuando empecé a estudiar la carrera de Psicología que tenía muy claro mi objetivo, finalizar los cinco años de la misma y adquirir conocimientos para hacer de ello después una profesión. Una vez que iba llegando el final me daba cuenta que tenía otro objetivo y era especializarme en algo más concreto, haciendo prácticas, estudiando un posgrado,… Del mismo modo ocurre con las relaciones personales, empiezas una relación con una persona con la cual tienes afinidad, te vas conociendo y vas afianzando la relación, en este caso con objetivos compartidos que te van llevando a dar pasos hacia delante. A veces los objetivos de esa pareja son opuestos y se rompe ese vínculo pero, si se mantienen esos objetivos conjuntos, siempre hay pasos a dar en pareja. Como esto se os ocurrirán muchos ejemplos de objetivos que nos van marcando los actos que llevemos a cabo día a día.

Pero ¿qué ocurre si llegamos a un punto en el que eres consciente que no tienes un lugar claro al que pretendes llegar en un momento dado? La sensación que te invade es de “estar a la deriva”, de repente no ves un horizonte más allá de tu día a día, tienes la sensación de estar en un cruce de caminos pero rodeado de una espesa niebla que no te permite ver hacia dónde poder dirigir tus pasos. En un primer momento la sensación es negativa, de incertidumbre, te invade cierto miedo y vértigo. Estás habituado a saber hacia dónde quieres ir, lo que quieres conseguir, a tener cierto control sobre las circunstancias que te rodean y sin embargo, en ese momento, todo es difuso. Es entonces cuando respiras, asumes tuya esa nueva situación que hasta el momento te resultaba ajena y despiertas de un pequeño letargo que te hace ver efectivamente que vas sin rumbo, dejándote llevar por todo lo que te rodea. Cuestionas cada una de las cosas que te suceden, te deshaces de ciertos “fantasmas” que te encadenan y tomas esa situación como una etapa más en tu vida que te va a llevar a experimentar nuevas situaciones o vivencias tanto positivas como negativas.

Mi reflexión positiva de este momento concreto es que puedes disfrutar de una sensación de libertad, de dejarte sorprender cada día por lo que te va sucediendo, sin pensar o analizar hacia dónde se van a dirigir tus pasos. Existen momentos de soledad que a veces son difíciles pero otras son una oportunidad de descubrirte. Te planteas que lo importante es disfrutar y saborear cada instante y que ese tiempo a la deriva puede ser clave para dejar que entren cosas en tu vida a las que en otra época no les habrías abierto la puerta. Tomas ese tiempo para pensar qué te hace feliz y qué cosas impiden que estés bien para poder tomar la decisión de realmente qué vas a hacer en adelante para que tu vida sea la que realmente quieres vivir.

Como para mí la música muchas veces describe los estados de ánimo mejor que mis propias palabras os dejo esta canción de un grupo que no escucho habitualmente pero es el favorito de mi amiga María y gracias a eso he vivido momentos maravillosos con ella. (La deriva – Vetusta Morla). 





Que paséis una feliz semana!

lunes, 18 de enero de 2016

El valor de sorprendernos

Cada domingo leo el artículo de psicología de El País semanal, el cual he compartido varias veces en este espacio. El artículo de hoy me ha dado pie a lo que voy a compartir en esta ocasión. Lo podéis leer aquí.

Me ha llamado la atención, de entrada, la cabecera del artículo donde nos dice que la sorpresa es motor de aprendizaje, creatividad y empatía. Tras leerlo no he podido evitar reflexionar sobre las cosas que me sorprenden, cuándo he sentido sorpresa por última vez y si estoy abierta a ver las cosas de diferente manera para experimentar esas sensaciones que me abran la puerta a otros caminos.

Creo que no siempre estoy abierta a ver las cosas tal cual se me están presentando. En ocasiones voy a mil por hora, doy por hecho muchas cosas, mientras estoy haciendo algo determinado estoy pensando en lo próximo que voy a abordar y dedico poco tiempo a parar, respirar y esperar a ver qué me ofrece mi alrededor. La buena noticia es que lo tengo detectado y de vez en cuando intento ponerle solución. Como bien explica el artículo al que os hago referencia si no prestas especial atención de forma consciente puedes estar dejando pasar una parte del mundo sorprendente.

Aún así debo de ser bastante impresionable porque sí es cierto que aún me sorprenden muchas cosas en mi día a día. Una de las cosas que más me sorprende es la conducta humana. Quizás por eso estudié en su momento Psicología y sigo devorando libros, artículos,… sobre el comportamiento de las personas. Cómo nos influye el entorno, las circunstancias, la genética, el estilo de vida… para orientar nuestros comportamientos. Cuando conoces a alguien en profundidad y sabes cada aspecto de su vida que muchas veces has compartido con ella e incluso puedes deducir sus pensamientos y un día te sorprende con un comportamiento que no habrías imaginado… esto me parece maravilloso. Es más, incluso yo misma, en un momento dado, me sorprendo teniendo conductas que en otro momento me hubieran resultado ajenas.

Otra de las cosas que me fascina es el arte. No soy una persona con habilidades artísticas pero me impresionan las cosas que pueden hacer otros. Ayer visité el museo Thyssen y me encontré con la exposición de Eduard Munch. No es uno de mis pintores favoritos pero reconozco que me sorprendió enormemente cada una de las obras expuestas y cómo me transmitió su forma de representar emociones como la melancolía, el pánico, el amor,…

Analizando los aspectos que me generan esa situación de sorpresa, si se trata de algo positivo, es cierto que de algún modo me hacen sentir bien por lo que reconozco la importancia de estar atentos a lo que nos ocurre, no dejarnos llevar por ideas preconcebidas y pensar en lo que nos aporta ver las cosas de un modo diferente.

En el artículo mencionan la empatía y no puedo estar más de acuerdo con este tema. Desarrollar la capacidad de ponernos en el lugar del otro nos proporciona nuevas formas de ver las cosas que quizás no nos habíamos planteado previamente y nos sorprendemos rompiendo nuestros propios esquemas.


Que paséis una feliz semana!

domingo, 10 de enero de 2016

Ilusión


Reconozco que siempre he sido soñadora, habitualmente sueño despierta, me encierro en una burbuja creada por mí misma y recreo mundos en los que me gustaría vivir. Si bien es cierto que ese espíritu soñador lo mantengo actualmente también soy consciente que según avanzo en mi vida esos sueños, esos mundos, son más realistas y coherentes con los aspectos que quiero mejorar de la realidad que me rodea. Es por esto que la ilusión es una constante en mi vida.

Una característica asombrosa del ser humano es que, de manera general, tiene la capacidad de distorsionar la realidad en positivo confiando en un futuro mejor que el presente y tendiendo a seleccionar en nuestra memoria los aspectos más positivos que hayamos vivido.

Las personas nos ilusionamos con las cosas que nos ocurren y con las que deseamos que se hagan realidad y mantener viva la ilusión es una herramienta fundamental para obtener bienestar en nuestro día a día. Desde mi punto de vista lo más importante es que esa ilusión no sea un conjunto de fantasías inalcanzables sino que se alimente de  objetivos y propósitos acordes con nuestros deseos pero sin perder cierto contacto con la realidad. De este modo la ilusión se convierte en la esperanza de que aquello que deseamos termine sucediendo y actúa como motor para ayudarnos a luchar y esforzarnos por aquello que queremos lograr.

Estas ilusiones positivas se refieren a tres aspectos de la vida:

·         Valoraciones positivas sobre uno mismo, pensar en nuestras capacidades como óptimas para hacer posible nuestros sueños.

·         Creencias sobre el grado de control del entorno, es decir, confiar en poder manejar las condiciones ambientales que nos rodean en nuestro beneficio.

·         Expectativas sobre el futuro, esperar que lo que está por venir alberga experiencias positivas.

Con este repertorio nos impulsamos a perseverar en situaciones difíciles, no rendirnos, superar frustraciones, generar energía y entusiasmo para lograr aquello que nos hace más felices. En este punto no nos olvidemos de disfrutar de ese camino que nos aporta a veces sabores amargos pero también vivencias positivas que nos hacen crecer y evolucionar, lo cual siempre es una gran fuente de bienestar.

Cuando perdemos la capacidad de ilusionarnos generamos problemas de adaptación y tenemos más probabilidad de entrar en cuadros depresivos ya que perder la ilusión implica perder ganas de hacer cosas, afrontar nuevos retos y de alguna manera perdemos las ganas de vivir. Mi vivencia personal a este respecto es que cuando me he encontrado en este tipo de situación me he sentido apática, con menos energía, sin ganas de afrontar nuevos retos… al fin y al cabo, me he sentido desilusionada. Para mí ha sido importante primero ser consciente de cómo me sentía, a veces entramos en una inercia de “sobrevivir” el día a día que no nos deja darnos cuenta de esa falta de ilusión. Una vez que he sido consciente de ello la segunda parte es detectar cuál es el foco de esa desilusión y finalmente entrar en un proceso de transformación, de encontrar nuevos propósitos que me ilusionen. Todo esto a veces es un proceso más largo y otras veces menos pero siempre es un tiempo de catarsis y nunca es fácil. A partir de ahí entra la acción, dar pequeños o grandes cambios, enfocar y reorientar propósitos y objetivos y lo más importante… mantener el rumbo sin dejar de actuar. De este modo las ilusiones, los sueños y los objetivos se van convirtiendo en una realidad.

El comienzo de un nuevo año es un buen momento para renovar ilusiones y marcarse nuevos objetivos pero que no se queden solo en buenos propósitos… hay que trabajar para conseguirlo! Así que te invito a soñar, a detectar aquello que menos te gusta de tu vida y evaluar de forma realista cómo puedes cambiarlo para, efectivamente, renovar ilusiones y tener energía suficiente para no dejar que los obstáculos que te encuentres hagan que dejes de buscar mejorar tu vida.
Que paséis una feliz semana!