Existe un lugar a pocos kilómetros de Madrid, en la
provincia de Toledo, donde se encuentra concentrado mi origen más profundo, mis
raíces. De ese lugar viene toda mi familia, mis padres, abuelos (maternos y
paternos), bisabuelos,…
El sábado por la mañana salí de mi casa y cogí el
coche para dirigirme a ese lugar tan especial, mi refugio. Se trata de un
pueblo en el cual pasé muchos días de verano en mi infancia y donde acudía con
mis padres y mis hermanos los fines de semana para ver a mis abuelos. En el
momento que mis abuelos murieron mis padres tuvieron una gran idea, cogieron un
terreno que pertenecía a la familia desde ni se sabe y construyeron una casa.
Eso nos ha servido para no perder esas raíces y allí acudimos para reunirnos en
familia o con amigos y poner cierta distancia a nuestro día a día.
En ese lugar sé que cada vez que voy va a ser una
oportunidad de disfrutar y saborear momentos sencillos pero que generan en mí
un alto bienestar. Uno de esos momentos es cuando, mientras preparamos la comida,
ocupamos la cocina improvisando un aperitivo hasta que nos sentamos todos a la
mesa a comer siempre cosas muy ricas mientras charlamos, reímos, discutimos...
Ha sido realmente especial despertar hoy prepararme
un café, bajar las escaleras y encontrarme la chimenea con un fuego acogedor
que había encendido mi padre, el cual es muy madrugador, y he tenido la oportunidad de, frente a ese
fuego, saborear el momento sin más.
Aunque ha amanecido nublado, a lo largo de la mañana
ha salido el sol y esto ha hecho que salga a pasear por las calles de ese
pueblo, calles tranquilas, llenas de paz. Por esas calles, cuando te cruzas con
alguien (a quien normalmente yo no reconozco) te saludas, como si te cruzaras
en el ascensor con cualquier vecino del edificio en el que vives. Recuerdo que
cuando estaba en casa de mis abuelos, a veces mi abuela me mandaba a “hacer un
recado”, si me encontraba con alguien por la calle o en la tienda me
preguntaba, “¿y tú de quién eres?” A esta pregunta sabía que tenía que
responder quienes eran mis padres y enseguida la persona me asociaba con alguno
de los motes de mi familia… sí, allí eres reconocido más por el mote que quizás
arrastras de tus antepasados antes que por tu nombre o apellido.
Así de sencillas son mis raíces que han dejado en mí
una impronta a la que no quiero renunciar. Porque estos orígenes me aportan
seguridad sobre quien soy, de donde vengo… y me ayudan a tener fortaleza para
seguir hacia delante allá donde me dirija. De este modo mi pasado está
integrado en mi presente y espero mantenerlo en el futuro. Porque mi vida
cambia, algunas de las personas con las que comparto esa vida van y vienen pero
mi origen, mi pasado, siempre está conmigo y hay un círculo de personas que se
mantiene constante ligado a ese pasado.
De modo que he vuelto a casa con las energías
renovadas, con una buena dosis de optimismo y con mucho bienestar. Porque
vuelvo a mi día a día con ilusión, con ganas de seguir construyéndome y
sabiendo que cualquier día vuelvo a ese refugio a arroparme del calor que me
abraza de forma incondicional.
Que paséis una feliz semana!
No hay comentarios:
Publicar un comentario